may. 02
Las Cabezadas, de nuevo en empate

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Os dejamos la intervención del Alcalde de León, José Antonio Diez, que actuó como síndico municipal en la traidicional ceremonia del Foro u Oferta de Las Cabezadas que, como siempre, acabó en tablas, aunque el canónigo Don Francisco Llamazares reconoció que el regidor le había vencido "sentimentalmente".  


Autoridades, miembros del Cabildo isidoriano, hermanos de la Cofradía del Pendón, compañeros de Corporación, noble pueblo de León

Hace un milenio la ciudad de León era la cabeza del reino cristiano más extenso de la Península Ibérica.  No era, sin embargo una gran urbe, ya que nunca alcanzó los 5.000 habitantes. Dentro de los muros levantados por la Legio VII convivían hombres y mujeres de todo tipo y condición: desde los reyes hasta los siervos (considerados objetos) y los más miserables mendigos. Entre ellos, nobles, comerciantes, agricultores y ganaderos, pero también de sacerdotes, monjes y monjas.

Los campesinos podían ser los dueños de las tierras que trabajaban, pero era frecuente que realizaran su trabajo en las tierras de un señor o un potentado que les cobraba una renta en dinero, en especie y/o que les obligara a realizar una serie de servicios o trabajos. Además debían abonar los impuestos o tributos pertinentes. En la ciudad de León abundaban los caballeros, que eran nobles de segunda, y que más tarde fueron llamados infanzones. Se caracterizaban por poseer un caballo, animal que llegaba a costar el precio de entre cuarenta y sesenta ovejas. El principal cometido de los caballeros era participar en las guerras, y podían elegir al señor que deseasen. Los vecinos de León y su alfoz ya se organizaban en un concilium o concejo, una asamblea vecinal que se reunía en la Catedral. Gozaba de cierta autonomía, y según el Fuero de 1017 establecía las medidas del pan, del vino y de la carne, y el precio de las labores. Regulaba los bienes comunales de forma muy similar a como siguen haciéndolo hoy en día los concejos y juntas vecinales de la provincia.

Así, más o menos, como describe el historiador Ricardo Chao a los leoneses del siglo XI y así debían ser los leoneses que, en el siglo XII, tras meses sin lluvias y con todos los campos secos e improductivos sacaron el arca con los restos del santo Isidoro en rogativa para acabar con la pertinaz sequía. Y hete que se hizo el milagro pero se transformó en aguacero que atoró el carro y el arca.

Cuenta la leyenda, que tras los ruegos de una estupefacta reina Sancha, hermana del emperador Alfonso VII y tía del reinante Fernando II, que con su fe intentaba que el santo salvara sus restos atascados sin que cuatro fuertes hombres pudieran moverlos. El arca y los restos seguían en Trobajo sin poder devolverlos a la iglesia. Pero por la intercensión del Santo, todo parece indicar y así lo relata Lucas de Tuy, y tras la oración de la monarca, cuatro niños desbarraron el arca y la comitiva pudo regresar del punto en el que, a dos millas de León, se levantó la ermita de San Isidoro del Monte, lugar de milagros y rogativas.

​En recuerdo de este milagro contra la hambruna generada por la sequía y en honor al santo, cada año el pueblo de León acude, en forma de Corporación, pero libre y voluntariamente, a cumplir con el ceremonial y a entregar dos hachas de cera y un cirio de arroba que no solo recuerda esa jornada sino la vinculación secular del pueblo con la Basílica donde, solo treinta años después del milagro, nació la democracia, con la participación del pueblo en las decisiones de un Reino.

Así lo recordaba en 1943 el escritor y político Mariano Domínguez Berrueta que explicaba que “merece gratitud y aplauso el Excelentísimo Ayuntamiento de León que tan bien sabe guardar el rancio y sabroso aroma de nuestra historia que es la historia de la Corte del Reino de León. Todas nuestras fiestas que recuerdan nuestro legado y que nos hacen únicos y diferentes, herederos del mejor pasado y dignos conservadores para el mejor futuro”, escribió de su pluma.

“La tradición que es cantera viva de belleza y poesía y cauce por donde discurre el alma del pueblo nos enseña que en los muros de este claustro se levantará la voz del síndico de esta muy noble y leal ciudad de León que acudía a rendir testimonio voluntario de pleitesía y devoción al santo”.

Reitero sus palabras que 80 años después no han perdido vigencia porque “la ofrenda que traemos no está, no ha estado nunca sujeta a las leyes terrenales de la obligatoriedad, nunca” y por ello “os rogamos que recibáis la ofrenda que os entregamos como devoción voluntaria a San Isidoro y obsequio a tan gran santo, con cuyo carácter y no otro os la ofrecemos”.

 

Quiero salirme ligeramente del protocolo de esta ceremonia para solicitar que el aplauso que podría corresponder a mi intervención se dedique, en esta ocasión, al capitular, abad de esta Basílica durante más de veinte años. Él ha sido el motor del crecimiento y engrandecimiento de este templo, ha hecho, sin duda, muchísimo por él y ha contribuido a su conservación y mantenimiento. Colaborando, además, siempre con el Ayuntamiento y con el pueblo de León.

 

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SEGUNDA INTERVENCIÓN

Señor canónigo

No caiga usted en los errores de sus antepasados que en esta basílica han confundido como obligación lo que el pueblo de León hacía libremente.

Entendemos que quieran ustedes poner al servicio de este Cabildo a la Corporación Municipal pero no se afanen en ello pues no es necesario.

El pueblo de León ha acudido aquí siempre voluntariamente por la devoción al santo y lo hace ahora por el mismo motivo, y por respeto a este Cabildo y a este templo. Se suman ya más de novecientos los años que hace que el pueblo ruega aquí por su futuro, en un templo adosado a esta muralla que ahora nos afanamos en conservar y recuperar para las generaciones futuras.

Digo que era templo antes incluso de que el rey Sancho I, el Craso, el único Rey que según sus retratos sonríe en nuestro consistorio, quisiera que se edificara esta iglesia que tanto ha crecido para albergar nuestro pasado, nuestros reyes e infantas, y también nuestras tradiciones.

Obra de reyes y cuna del Parlamentarismo constituye, pues, un lugar de peregrinación para el Ayuntamiento. Peregrinación que nunca puede ser obligada.

No olvide que tal y como recogen los protocolos que el regidor Francisco Cabeza de Vaca Quiñones y Guzmán, marqués de Fuente-Oyuelo, recopiló por escrito en 1693  y que testimonian las ceremonias y actos públicos en los que participa el Ayuntamiento capitalino que gobierna la Noble, Leal y Antigua Ciudad de León, cabeza de su reino, esta ofrenda es eso y nunca un foro.

De ello pueden dar fe los miembros de  Muy Ilustre, Real e Imperial Cofradía del Milagroso Pendón de San Isidoro que nos acompaña en este ceremonial tan arraigado y querido por los leoneses. Querido por voluntario que somos los leoneses un pueblo que aborrecemos el sometimiento. Cuatro décadas llevamos ya sometidos y sin poder decidir nuestro futuro y esperamos que pronto podamos desprendernos de este yugo. Somos tierra de libertades y luchadores. No lo olvide usted. No lo olvide nadie.

Y libremente, también, le traigo un presente. Una bandera del Reino de León, de la ciudad de León, que recuerda nuestra lucha, nuestra identidad, nuestro pasado y nuestro presente.

Espero que esta bandera se coloque junto al Pendón y ondee en este claustro que es la primera y máxima representación del nacimiento de la democracia, un título que hace diez años que ostenta, con orgullo, la ciudad de León.

Ahí tiene, Don Francisco, su bandera. Símbolo de un Reino, de un pueblo, que lucha y no se rinde

 

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TERCERA INTERVENCIÓN

Pido a los escribanos del Ayuntamiento, señora secretaria, que den testimonio de que a título de oferta, no de foro, entrego aquí, con todo mi respeto y consideración para los canónigos, el cirio y los hachones que el pueblo de León regala, que no paga, a la advocación del Santo y al recuerdo de las tradiciones, para que siga protegiendo a este noble pueblo y le ampare en los momentos de necesidad, y para que se recuerden y nunca se olvide que venimos y volveremos, como herederos de la fe, de la devoción y de la tradición de un pueblo y de un reino.

Tome por buenas mis palabras porque, como ya dijo el predecesor del abad, don Julio Pérez Llamazares, que la palabra de un caballero leonés tiene más fuerza que todos los protocolos y más valor que quiñones y parcelas. Le doy mi palabra que volveremos libremente. Como siempre.



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